jueves, 29 de diciembre de 2011

YIRA... YIRA... (como dice la canción de Enrique Santos Discépolo)

Desde siempre y en distintas culturas, las mujeres fueron víctimas de la explotación sexual esclava. En Argentina, las redes de trata de personas que en los siglos XIX y XX se conocieron como “trata de blancas”, encontraron en este delito una fuente de abundantes ganancias. En este post te voy a contar muy someramente cómo era la prostitución en Buenos Aires desde fines del siglo XIX hasta casi mediados del sigo XX.

A partir del último cuarto del siglo XIX en nuestro país se produjo el “aluvión inmigratorio” compuesto en su mayoría por varones. Algunos hombres que venían a probar fortuna viajaban solos para posteriormente traer a sus familias que habían quedado en la lejana Europa. Otros eran solteros y tenían esperanzas de encontrar en nuestra tierra, además de trabajo, una compañera proveniente de su patria con quien compartir su vida. Esta masiva inmigración masculina favoreció la explotación sexual de mujeres extranjeras, cuyos proxenetas se beneficiaron económicamente gracias a que las autoridades argentinas hacían la “vista gorda”.

Ya en 1878, el pasquín El Puente de los Suspiros mencionaba el tráfico de mujeres extranjeras para el negocio de la prostitución, pero la publicación no fue tomada en serio. Sin embargo, en 1870 los dueños del teatro Alcázar fueron acusados de “subastar” mujeres en el escenario de la sala. En 1906 ya se había constituido la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia que en 1929 se denominó Sociedad de Socorros Mutuos y Cementerio Zwi Migdal. Esta sociedad en realidad era una organización criminal de trata de personas, que engañaba a las familias judías de Polonia convenciéndolas de las ventajas de casar a sus jovencitas con inmigrantes radicados en Argentina. Estas mujeres que eran virtualmente compradas, llegaban al Río de la Plata en barco, luego las pasaban por Paysandú, por Colón y finalmente arribaban a Buenos Aires. Muchos barcos de bandera alemana eran utilizados para traer mujeres de la Europa del Este.

Una vez en la ciudad se las “subastaba o remataba” fijando su precio en libras esterlinas. Estas mujeres, al igual que hoy en día, eran sometidas a un proceso de “ablandamiento”, que incluía desde la violación sexual hasta la agresión física y psíquica para obligarlas a prostituirse. A las más rebeldes se las castigaba enviándolas a prostíbulos del interior para luego ser trasladadas a la Capital Federal o a sus alrededores, según lo requiriera la organización.

Pero no todas las mujeres que venían a Buenos Aires eran de Europa del Este, ni tampoco venían todas engañadas. Hacia 1910, un ejército de prostitutas francesas invadió el país. Estas jóvenes no venían a través de organizaciones criminales, sino con sus explotadores individuales “maquereaux o macrós o cafishos”. Estos proxenetas franceses negociaban la compra venta de franchutas (palabra compuesta por francesa y prostituta) en lugares tan distinguidos como el entrepiso del Pasaje Güemes en plena calle Florida y en la trastienda de una librería en la calle Cerrito. Como había una cantidad tan grande de prostitutas, empezaron a proliferar los burdeles “maisons francaises” que contaban con un plantel de hasta 25 mujeres, por lo que a partir de 1870 las “nuevas casas” que se instalaran debían poseer una licencia para poder operar. Más tarde, se empezó a realizar un control periódico a las mujeres que se prostituían en esas “casas”, no tanto para limitar la prostitución sino para evitar el contagio de enfermedades venéreas, creándose para este fin en 1888 un Dispensario de Salubridad.

No era difícil encontrar un burdel en Buenos Aires, sólo había que buscar un farolito rojo en la puerta de una “casa”, ya que todos sabían que de ese modo se individualizaban los prostíbulos. En el barrio de Montserrat, sobre la calle Aroma o Calle del Pecado, había un prostíbulo al lado del otro y en Constitución los lupanares estaban alrededor del Arsenal de Guerra. En la Boca las calles preferidas de los prostíbulos eran del Centenario, Brandsen, Pinzón, Suarez, Olavaria y Necochea. Desde la ex calle Cangallo (actual Perón) hasta Tucumán sobre Libertad, había burdeles donde también se bailaba.

A las mujeres explotadas en esos lupanares se las llamaba “pupilas” porque vivían internadas en el lugar y siempre debían estar alegres y pulcras. Para disimular estas “casas” ilegales se fueron estableciendo bares y cafetines, algunos contaban con orquestas de señoritas y bailarinas, que proliferaron particularmente en la calle Corrientes, al igual que las cigarrerías con “vuelto al fondo”. Hacia 1910 se expandieron los cabarets, algunos lujosos y caros, que eran frecuentados por la “gente bien”, particularmente en Barrio Norte. 

La Asociación Nacional contra la Trata de Personas que formaba parte de la Liga Abolicionista Internacional, fue fundada en 1903 en Buenos Aires para evitar la explotación sexual, pero sólo logró aumentar la edad mínima de las prostitutas de 16/18 a 22 años y limitar en 3 la cantidad de mujeres en cada burdel. A pesar de que las autoridades corruptas no hacían cumplir estas normas, la Asociación rescató varias jóvenes que habían llegado engañadas a Buenos Aires. En 1908, gracias a la creación del Comité Argentino de Moralidad Pública fueron repatriadas muchas menores que habían sido traídas al país embaucadas “para casarse”.

El problema de la trata de mujeres se había tornado casi incontrolable, por lo que el entonces diputado socialista Alfredo Palacios tomó cartas en el asunto y elaboró un proyecto de ley que se conocería como “ley Palacios” por la que se establecían sanciones desde reclusión, pérdida de ciudadanía y hasta deportación (en caso de extranjeros) para los traficantes de mujeres. En 1919, una ordenanza dispuso que no podía haber más de un burdel por cuadra y prohibió a “las madamas” o regentes (proxenetas femeninas que estaban a cargo del prostíbulo) . Entonces podían verse señores haciendo fila en las puertas de los lupanares, bailando tango entre ellos mientras esperaban ser “atendidos”.Pero estas medidas no alcanzaron y de hecho empeoraron la situación porque en 1923 el número de 187 “casas de tolerancia” registradas se incrementó a 335, aumentando también el número de mujeres explotadas.

La prostitución no declinaría hasta 1929 cuando una mujer, Raquel Liberman, denunció valientemente en la justicia a los dirigentes de la organización por corrupción, estafa, extorsión y asociación ilícita. Esta denuncia tomó estado público a través de los medios de comunicación, y el escándalo hizo que policías y jueces honestos sacaran a la luz el tráfico de mujeres que se venía realizando en todo el territorio nacional. Los traficantes y los cafishos fueron condenados y la organización quedó desarticulada. El 30 de diciembre de 1935 se sancionó la Ley 12.331 que cerró las casas de tolerancia en todo el país, logrando así que el gigantesco comercio que giraba en torno a la trata, lentamente se fuera extinguiendo. A partir del año 2003, el tema de la Trata de personas se instaló en la agenda gubernamental y recién en el año 2008, se promulgó y sancionó la Ley 26.364 de “Prevención y sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus víctimas”.

Desafortunadamente, la trata de personas sigue siendo en nuestros días un negocio mundialmente rentable, el tercero después del narcotráfico y la venta ilegal de armas, que sigue valiéndose del engaño o el rapto para proveerse de víctimas cada vez más vulnerables, como los niños y las niñas.

Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano

Referencias

Moya, José C., Primos y extranjeros. La inmigración española en Buenos Aires, 1850-1930, Buenos Aires, Emecé, 2004
“La vida clandestina” en Félix Luna [Director] Nuestro Siglo, Historia de la Argentina, Colombia, Editorial Sarmiento, 1992


jueves, 22 de diciembre de 2011

ARGENTINE-BRITISH: PILOTOS ARGENTINOS Y BRITÁNICOS UNIDOS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Cuando se habla de la Fuerza Aérea en nuestro país, inmediatamente se hace mención a los heroicos pilotos argentinos que con sus Skyhawk A4B y A4C, sus Mirages V Dagger, Mirage IIIE y Pucará IA-58, llevaron a cabo increíbles misiones de ataque, hundiendo y averiando importantes unidades navales británicas como los destructores HMS Sheffield, HMS Coventry, las fragatas HMS Antelope y Ardent; y el portacontenedores Atlantic Conveyor entre otros, escribiendo para la historia de la aviación nacional, y también mundial, uno de los capítulos más interesantes que hasta el mismo as de la aviación francesa, Pierre Clostermann, elogió en una conceptuosa carta enviada al titular de la FAA, Basilio Lami Dozo. Además del agregado aeronáutico norteamericano en Buenos Aires, Robert T. Pitt, veterano de Vietnam, quien obsequió a la Fuerza Aérea su Corazón Púrpura, condecoración que se le otorga al herido en combate; el almirante John Woodward y la mismísima Margaret Thatcher. Todos ellos con palabras de admiración a aquellos hombres.
Sin embargo, las acciones de nuestros compatriotas por los aires se remontan tiempo atrás. No olvidemos en la década del 70 el denominado Operativo Independencia en la Guerra de Tucumán con la guerrilla armada, o aquel 16 de junio de 1955, en donde pilotos de la Aviación Naval, bombardearon Plaza de Mayo y otros puntos claves de nuestro país para ponerle fin a la vida del  general Perón.
Pero existe también otro capítulo que de seguro resultará interesante a los ojos del lector: el de la presencia de más de 800 argentinos en la Real Air Force británica, conocida como la RAF, y la Real Fuerza Aérea Canadiense, la RCAF, los cuales combatieron bajo la bandera aliada durante la Segunda Guerra Mundial.  Estos se agrupaban bajo el nombre Firmes Volamos, integrando el escuadrón 164 “Argentine-British”, financiado por donaciones enviadas desde nuestro país ya que gran parte de ellos procedían de familias inglesas y francesas. En su mayoría, se trataba de deportistas, en especial, del ambiente del rugby, aunque también se inscribieron muchos ferroviarios y empleados de la fábrica británica Alpargatas.  Un dato curioso resulta el hecho de que todos los integrantes de los primeros Pumas, selección nacional de rugby, entraron en combate. Para distinguirse, pintaban en las narices de sus aviones caza, Spitfire, Hurricane  y Mosquitos, y en sus bombarderos y aviones de transporte Lancester y Stirling, gauchos de Florencio Molina Campos y al mismísimo Patoruzú.
Entre la lista de voluntarios se encontraba un Newbery; un tío de Alfonsín por parte de la madre; Bernardo Foulkes, capitán de la RAF, y Ricardo Moreno, sobrino del perito Francisco P. Moreno, formando parte del grupo de más de 4000 voluntarios que lucharon en el ejército y marina aliados, muchos de ellos realizando grandes hazañas como aquella de Kent Charney, argentino de origen inglés, quien el 4 de julio de 1944, derribó con su SP MKIXB (LO-B) un avión alemán sobre Normandía, escoltando nada menos que al as francés, Pierre Clostermann.
Es sabido que participaron no solo en el Día D, realizando más que nada misiones de espionaje, sino también en la Batalla de Inglaterra, Alemania, Francia y en el Canal de la Mancha. Es más, existen muchos testimonios que aseguran la rapidez con que cumplían su período de adiestramiento y accedían a puestos de jerarquía en los entrenamientos en Canadá.
De estos intrépidos personajes se conoce que 140 perecieron en combate, 9 fueron tomados prisioneros y 56 fueron condecorados, luciendo sus insignias junto a aquella que decía claramente ARGENTINA.
Aunque nuestro gobierno mantuvo una actitud neutral frente al conflicto bélico hasta enero del  44, existieron valerosos hombres que dieron sus vidas por una causa, en este caso, la causa aliada, engrandeciendo el capítulo de nuestra Fuerza Aérea. ¡No olvidar!
Ahora ya lo sabés.
Lic. Andrea Manfredi

-Aviación argentina.net
-Claudio Gustavo Meunier, Nacidos con honor.
-“Argentinos en la RAF” de Ricardo Marín, en La Nación, 31/07/2011

jueves, 15 de diciembre de 2011

LA TRAICIÓN SEGUN JUDAS

Lo que les ofrezco hoy para leer no es una investigación personal. El tema sobre el que escribo es más bien un racconto de una investigación que han llevado a cabo importantes lingüistas reconocidos internacionalmente que tras años de metódica investigación han logrado traer al siglo XXI uno de los descubrimientos más reveladores de la historia de la Iglesia. Personalmente es un campo de la historia que me llama mucho la atención y creo que es interesante y necesario conocer cuáles son los nuevos descubrimientos y qué cosas nuevas aportan estos hallazgos a nuestra cultura. Los invito a conocer en este post las reveladoras palabras de un texto del 200-300 d. C. que lleva el nombre de “Evangelio de Judas”.

 Es muy probable que ningún padre elija el nombre Judas para su hijo, de hecho en algunos lugares se puede prohibir nombrar así a un niño, por ejemplo en algunos corrales la oveja que lidera a las demás hacia el matadero es llamada la “oveja Judas” y ¿cuántas veces hemos oído utilizar este nombre como un insulto? Judas es sinónimo de traidor desde los primeros años de la cristiandad, es un nombre maldito, es el discípulo que traicionó a Jesús.
Para quienes no saben de qué hablo, los pongo en tema muy brevemente. Jesús tenía discípulos y entre ellos se hallaba Judas Iscariote. Cuentan los evangelios aceptados por la Iglesia (Mateos, Marcos, Lucas y Juan) que Jesús sabía que iba a ser traicionado y de hecho es famosa su frase durante la última cena donde dijo a sus discípulos: “Uno de ustedes me traicionará”. Poco tiempo después Judas Iscariote llevó a los guardias romanos a donde se hallaba Jesús y para que pudieran reconocerlo lo besó en la boca, el famoso “Beso de Judas”. Lo que sucedió después, es la historia más conocida de la humanidad, la crucifixión de Jesús, la expiación de los pecados de la humanidad a través de su sacrificio, la resurrección y la ascensión a los cielos. Esta es la traición de Judas.
 Ahora bien ¿qué pasaría si Judas no hubiera sido realmente un traidor? ¿Cambiaria en algo la historia del hombre o de la religión? Personalmente creo que no. El hecho de que Judas haya o no traicionado a Jesús, a mi parecer, no cambia significativamente lo que sucedió después de la supuesta traición y ya veremos por qué.

 Los evangelios que conocemos y que forman partes de las Escrituras son el de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Estos cuentan la vida y enseñanzas de Jesús. Ahora bien, en los primeros años de la cristiandad, luego de la muerte del profeta, aquellos no eran los únicos textos que circulaban con este tipo de relatos. En general desconocemos dichos escritos pero existen y son muchos, y se los ha llamados “apócrifos”, que en griego quiere decir “esconder”, porque durante la formación de la religión cristiana y de su dogma algunos textos fueron aceptados por la Iglesia y otros descartados y en su mayoría escondidos para evitar su circulación. Pero la realidad es que existen otros evangelios y manuscritos que relatan otras historias, que a veces difieren de lo que dicen las Escrituras.
A lo largo de los años se fueron hallando diferentes escritos, de estos que habían sido escondidos y negados a la humanidad, y entre ellos se encuentra el Evangelio de Judas. Este papiro junto con otros fue descubierto en Egipto, en Nag Hammadi y entró rápidamente, como sucede muchas veces, en el mercado negro. Uno de los dealers que lo tuvo en su poder lo mantuvo durante más de 20 años guardado en una caja de seguridad en New York buscando compradores. Un investigador de la National Geographic cuenta que fue llamado una vez a una habitación de un hotel en esa ciudad por una persona que decía tener unos papiros antiguos y que deseaba saber si tenían algún valor. Si bien no se le permitió tomar fotografías ni hacer notas, gracias a lo que pudo leer supo inmediatamente que se trataba de algo de valor, sin embargo contaba con un presupuesto mucho menor al que el vendedor pedía que eran 3 millones de dólares. Allí quedó entonces el manuscrito durante años hasta que fue obtenido por la suma de 300 mil dólares por una compradora que lo sacó del mercado negro y para no alargar la historia, terminó finalmente en las manos de unos de los lingüistas y expertos en copto (la lengua que se hablaba en Egipto al inicio de la cristiandad) más importantes de hoy en día, el Profesor Rodolphe Kasser.
El manuscrito estaba casi en estado de pulverización por tanto el trabajo de restauración fue faraónico. Fue imperioso manipular los miles de fragmentos con pinzas para evitar futuras rupturas y cuando se logró ordenarlos se colocaron inmediatamente en placas de cristal al vacío, que es donde hoy se encuentran y donde permanecerán de ahora en más.
Debo mencionar antes de seguir que frente a un descubrimiento como este, siempre es imprescindible constatar primero su veracidad. Se sorprenderían al saber la cantidad de “hallazgos” que terminan siendo copias falsas realizadas con mayor detalle, por supuesto siempre con fines económicos; de hecho la comunidad científica ha sido en algunas oportunidades engañada por algunas de estas copias.
Se tomaron entonces tres fragmentos diferentes del texto y se realizó la datación de Carbono 14, que como es muy larga de explicar y no compete a este texto directamente, los invito a leer sobre este método porque es realmente muy interesante y revelador. El resultado de la datación fue que los textos habían sido escritos entre el 220 y el 340 d. C., fecha muy cercana a los evangelios canónicos (los aceptados por la Iglesia) y a muchos de los llamados apócrifos. Se llegó a la conclusión entonces de que el texto era autentico.
Después de años de investigación lograron restaurar el 80% del manuscrito, que a la vista del estado en que llegó a manos de los expertos, es realmente un milagro. Una vez restaurado, el Profesor Kesser llevó a cabo la tarea de traducirlo.

Y aquí llegamos a lo que nos compete. Cada texto de la antigüedad o de épocas posteriores que ha sido descubierto y traducido es y ha sido importante para la formación de nuestro bagaje culturar y de nuestra historia. Sin embargo me animo a decir que textos como este enriquecen de manera trascendental nuestro conocimiento. Intento a veces imaginar el sentimiento de Kesser cuando meses después de tener el Codex en sus manos leyó en la última página la frase “El Evangelio de Judas”. ¿Qué tendría para contarnos, dos mil años después, el gran traidor de la humanidad? ¡Sin dudas yo habría querido saberlo al instante!
El texto era por demás revelador, el manuscrito muestra a Jesús y a Judas como dos personas muy cercanas y al discípulo como uno de los más interesados en las enseñanzas de su maestro, y a su vez se puede entrever un favoritismo por parte de Jesús hacia Judas.
Sin embargo lo más revelador del texto y déjenme citar textualmente a Kesser es que: “Jesús explica a Judas que deberá abandonar la comunidad de los 12 discípulos que no comprenden asuntos de nivel superior y le explica cuál será su papel posterior. Jesús dice que es necesario que alguien lo libere finalmente de su cuerpo humano y que él prefiere que esa liberación esté en manos de un amigo y no de un enemigo. Por eso le pide a Judas, que es su amigo, que lo entregue, que lo traicione. Entonces para el resto de la gente será un acto de traición pero entre ellos saben que no es así.”
Ahora simplifiquemos. Jesús había venido a este mundo para otorgar sus enseñanzas a los hombres a través de sus discípulos pero también su misión era expiar los pecados de la humanidad. Desde el Pecado Capital cometido por Adán y Eva, todos los hombres y mujeres eran pecadores al nacer y por tanto estaban condenados a la perdición. Jesús vino a la tierra como Dios y como hombre para salvar a los hombres y para enseñarle a la humanidad cómo redimir sus pecados a través de los Sacramentos. Por tanto, desde el sacrificio de Jesús en la cruz el hombre tiene la posibilidad de salvarse a través de la expiación de sus pecados. Jesús sabía cuál era su destino: morir por toda la humanidad, sufrir el tormento por todos los pecadores en la Tierra. Siguiendo esta línea de pensamiento entonces podríamos pensar que tiene lógica que Jesús hubiera pedido a su más querido discípulo que se sacrificara “traicionándolo” pues ese era su destino, morir. ¿Y por qué decimos “sacrificarse”? ¿No es Jesús quien se sacrifica? Por supuesto, pero también Judas. En el evangelio, Jesús dice a Judas que excederá a los demás discípulos pues él sacrificará al hombre que lo viste, es decir que sacrificará la parte humana de la esencia de Jesús a través de su traición, también le advierte que por esta razón su nombre será maldecido por las generaciones futuras, pero prefiere que el hecho lo lleve a cabo un amigo y no un enemigo. Según este manuscrito Jesús no sólo sabía que sería traicionado, esa es la historia que todos conocemos, sino que espera de su discípulo más querido que sacrifique su vida y su memoria al cumplir su voluntad. Podríamos pensar sin embargo que cuál era la necesidad de Jesús de ser traicionado si su destino era morir de todas maneras, podríamos sacar muchas conclusiones diferentes. La realidad es que la “traición” existió según los evangelios canónicos, la pregunta que se plantea hoy es si fue realmente una traición o si Judas simplemente cargó con el peso de un pedido del profeta.
Haya habido o no traición, a mi parecer la historia no cambia. Sí tal vez podríamos con este manuscrito reivindicar el nombre y la memoria de un hombre a quien se lo ha tildado de maldito desde el inicio de la cristiandad y que tal vez, si la historia fue como dice este texto, hasta podríamos considerarlo como un hombre valiente que cargó con el odio de la humanidad entera para satisfacer a su maestro.

Cada uno de nosotros, según nuestras creencias y cultura, elegirá creer o no en las palabras del Evangelio de Judas sin embargo sea cual fuere la elección lo fundamental de este descubrimiento es lo importante que es para el hombre conocer de cada historia todas sus versiones, aun cuando en algunas oportunidades se tenga que esperar dos mil años para conocerlas. Los primeros cristianos conocían este evangelio y es justo que hoy nosotros también lo conozcamos. 

AHORA YA LO SABES!

Lic. Diana Fubini

Biblkiografía

- Revista National Geographic , 6 de mayo de 2006, 
- Página web oficial de National Geographic: http://www.natgeo.tv/ar/especiales/judas/

jueves, 8 de diciembre de 2011

La compasión en los tiempos de la viruela

Desde siempre las pestes y las enfermedades acompañaron a la humanidad. La viruela que surgió aproximadamente en el año 10.000 a.C., fue una de las causantes de la devastación de poblaciones enteras. Esta infección que afectó durante milenios a los europeos, desembarcó en América con los conquistadores y se instaló asolando pueblos completos de indígenas. Esta es una historia de compasión y de héroes desconocidos, que hacen la diferencia en la Historia de la humanidad.

Las primeras noticias de los estragos que produjo en nuestro continente la viruela son del año 1520, durante el sitio de Tenochtitlán donde, al igual que entre los incas, causó un colapso demográfico. La viruela se contagiaba de persona a persona, por contagio directo a través de  los fluidos corporales infectados. Los indígenas americanos rápidamente entendieron que la fase contagiosa comenzaba cuando había fiebre muy alta (+39°) y que la etapa más ponzoñosa se presentaba cuando la erupción en forma de pústulas brotaba en la persona infectada: primero en la lengua y en la boca y 24 horas después en todo el cuerpo. La persona contagiaba la enfermedad hasta que se caía la última costra.

A principios del siglo XVI los jesuitas arribaron a nuestro territorio y por el Río de la Plata se desplazaron hasla la actual provincia de Misiones donde iniciaron las primeras reducciones. En 1729, el padre jesuita Cayetano Cattaneo se dirigía a las misiones en compañía de otros sacerdotes y de aborígenes cristianizados. Viajaban en balsas, sentados muy cerca uno del otro cuando, estando a 300 millas de Buenos aires y a otras tantas de su destino, se produjo una epidemia de viruela.

Los indígenas en su sabiduría ya conocían que para evitar el contagio, cuando uno de sus miembros se infectaba, “lo abandonaban dejándole una vasija grande con agua y un cuarto de buey al lado”, según el relato de Cattaneo. En realidad jamás lo abandonaban, solo lo separaban del resto para evitar más contagios, ya que pasados un par de días, un miembro de  la tribu volvía donde habían dejado al enfermo. Montado en su caballo, dando vuelta alrededor del infectado lo miraba desde lejos para ver si estaba muerto o si todavía vivía. En este caso, le renovaba la provisión y así hasta que moría o sanaba.

Cuando algunas personas empezaron a caer de las balsas producto de las altas fiebres, los indígenas de tierra firme que siempre se acercaban a la orilla, fuera por curiosidad o para trabar amistad con los viajantes, desaparecieron. Cattaneo entendió que los aborígenes protegían a los suyos porque "cuando supieron que la peste se había encendido entre nosotros, se internaron en el país y no se mostraron más".

Por lo tanto, sin persona viva a quien recurrir, a mitad de camino de todo y en el centro de la nada, la angustia y el miedo apresaron el alma de estos viajantes. De improviso la peste se manifestó con toda su agresividad y en pocos días había 60 infectados y otros tantos contagiados, elevándose a 114 el número de enfermos en menos de una semana. De tal modo que no pudieron seguir avanzando en las balsas, y se detuvieron para enviar a un individuo sano a la misión para pedir ayuda. Allí, los jesuitas con los elementos que encontraron armaron unas cabañas miserables para proteger a los enfermos de la intemperie. Ya no tenían que comer porque las provisiones que llevaban, que eran galletas y pan, las habían distribuido entre los indígenas.

Hasta ese momento, el padre Cattaneo nunca había administrado la Extremaunción y a partir de ese momento, luego de la misa que todos los días realizaban en un altar portátil, administró 13 Extremas Unciones. Cattaneo, desolado, escribió: “ya no podía más por el gran trabajo que me costaba estar tanto tiempo encorvado hasta el suelo, donde yacían los enfermos, pasar por medio de ellos que estaban amontonados en aquellas cabañas y moverlos para ponerles el óleo santo sin hacerles daño, además del hedor que echaban y el horror que ocasionaba el mirarlos porque no creo que se encuentre enfermedad más asquerosa. Estaban tan contrahechos, que horrorizaba verlos, pues a causa de la gran comezón que la enfermedad produce se desfigura la cara, convirtiéndola en una llaga, de tal modo que no se les distinguía la fisonomía humana. Un día, mientras sacaban un muerto de su cabaña para sepultarlo, al tomarlo por las piernas, empezó a salírsele la piel, que estaba separada de la carne, como si fuesen medias sueltas: lo que da a entender la malignidad de esta enfermedad”.

Muy pocos aborígenes hablaban español y no todos los jesuitas hablaban su lengua, por lo que la comunicación se realizó a través de gestos y palabras que aunque inentendibles para muchos moribundos, los ayudó a partir en paz. Cattaneo en su inagotable compasión no dejó solos ni a blancos ni a indígenas, acompañó a aquellas personas hasta que llegó su último momento, sin desfallecer, sin quejarse, sin miedo a contagiarse. Se quedó allí, simplemente ayudando a morir en paz a las víctimas de la viruela hasta que llegaron los refuerzos.

De aquel grupo de personas que partieron de Buenos Aires para las misiones, los que lograron sobrevivir, finalmente llegaron a sus hogares. Casi raquíticos, desolados por la pérdida de los amigos que nunca más los acompañarían, estaban agradecidos con el piadoso padre Cattaneo que jamás los abandonó, sin sospechar que casi 100 años después, la vacuna antivariólica sería aplicada a todas las personas hasta nuestros días.

Algunas personas sobrevivían a esta infección y quedaban inmunizadas para siempre. De hecho, es común leer en los “avisos clasificados” del Telégrafo Mercantil, (periódico de 1801-1802): se “vende un Negrito como de diez años más o menos, que ha tenido ya viruelas y no tiene enfermedad ninguna”.

Hacia 1805, los desvelos y los años de investigación de Edward Jenner obtuvieron su recompensa: había descubierto la vacuna antivariólica. Este investigador, médico rural y poeta, para demostrar la eficacia de la vacuna, no dudo en aplicarla a su propio hijo de 5 años.  Napoleón Bonaparte viendo los resultados, también en 1805 hizo vacunar a toda su tropa. Pero quienes trajeron a Buenos Aires el material necesario para combatir la peste, fueron dos “negritos” inoculados en el hombro. Gracias a estos dos pequeños héroes, el Virreinato del Río de la Plata quedaría libre de viruela.  La vacuna produjo tanta emoción en el virreinato, que se mandaron a acuñar monedas conmemorativas de este suceso tan extraordinario, y el propio Virrey asistió a las primeras aplicaciones de la inoculación. La varicela estaba controlada para siempre.

Sin embargo, recién en 1950 la Organización Panamericana de la Salud logró erradicar la viruela del continente americano. El último caso de viruela contraído de forma natural se reportó en 1977 en Somalía.  Pero no fue hasta 1980, que los directores del Programa de Erradicación Mundial de la Viruela anunciaron el éxito de la campaña.

Increíblemente, y a pesar de que en 1978 por una mala manipulación del virus en un laboratorio británico, una médica falleció víctima de la infección, todavía se encuentra en debate si destruir o no las últimas cepas del virus.

Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano

Referencias
Busaniche, José Luis, Lecturas de Historia Argentina, Relatos de Contemporáneos 1527 1870, Buenos Aires, Ediciones Argentinas Solar, 1938.

Levene, Gustavo Gabriel, La Argentina se hizo así, Buenos Aires, Hachete, 1960

jueves, 1 de diciembre de 2011

PRINCESA, BASTARDA Y REINA – La vida de Bloody Mary

La historia la conoce como María Tudor, la Reina sanguinaria (en ingles Bloody Mary), apodo que se ganó en sus últimos seis años de vida. Pero para entender a la María sanguinaria tenemos que recorrer la historia de esta mujer que de niña fue princesa de Inglaterra, en la adolescencia fue declarada bastarda, en su adultez soportó el reinado de su hermano 20 años menor y a los 37 fue coronada reina. 

En el siglo XVI, las princesas jugaban el rol de comodines políticos, que se repartían entre las diferentes casas reinantes como “esposas de” según la conveniencia. María había nacido princesa, sus padres eran los reyes de Inglaterra, Enrique VIII Tudor y Catalina de Aragón y aunque por el momento era la única hija de la pareja real, no se la consideraba como heredera al trono y por tanto se la educó para adornar a algún príncipe o rey vecino, preferentemente de Francia o España. Enrique VIII confiaba en que vendría un hijo varón, por tanto, a su entender, era imposible que María fuera la heredera al trono pues si nacía un niño se podía pasar alto a María y hacer heredar al varón. De hecho en Inglaterra a diferencia de otras potencias las mujeres sí podían heredar, pero esto no quería decir ni que hubiera habido alguna vez una reina coronada en la historia de la nación ni mucho menos que Enrique se contentara con que su heredera fuera una mujer...

Enrique entonces utilizó a su hija lo mejor que pudo y para la edad de seis años María ya había estado comprometida en casamiento cuatro veces, con el hijo mayor del rey francés, con su primo y rey español Carlos V, con el hijo menor del rey francés y con le mismo rey francés.
Pero como María era una niña, lógicamente había que esperar algunos años para que tuviera edad para casarse y durante esos años de espera su vida cambió drásticamente. Enrique VIII quería un hijo varón y su mujer Catalina ya no podía darle más hijos. Por esto el rey puso patas para arriba a su reino separándose de Catalina y casándose con Ana Bolena. Para lograrlo Enrique se separó de la Iglesia Católica, pues el Papa le negó rotundamente la anulación de su casamiento. El divorcio significó por tanto un cambio radical en la religión inglesa que desde ese momento dejó de depender de Roma para tener en la cabeza de la iglesia a nada más y nada menos que a Enrique. Nacía de a poco una nueva religión en la isla.

El casamiento entre Enrique y Catalina fue anulado y María fue declarada una hija bastarda y por tanto eliminada de la línea sucesoria a la corona, esto quería decir que ni ella ni sus hijos podrían heredar. María había pasado de ser princesa de Inglaterra a ser simplemente The Lady Mary, the king’s daughter (hija del rey). De ahora en más, los hijos que Enrique tuviera con Bolena serían los herederos.
La vida de María se derrumbó, su status de realeza desapareció de la noche a la mañana y tiempo después ya había otra princesa que ocupaba su lugar, Isabel, la hija del rey y la nueva reina era ahora la heredera al trono. Catalina fue desterrada de la corte, María fue puesta al servicio de la princesa Isabel (para tenerla mejor controlada) y madre e hija no volvieron a verse nunca más.
María aguantó dos años las presiones de su padre y de los cortesanos que la visitaban frecuentemente para que firmara el Acta que declaraba a su padre cabeza de la Iglesia de Inglaterra (Acta que debían firmar todos los súbditos del reino), pero finalmente por temor a que su propio padre la enviara al cadalso María firmó, en contra de su conciencia y negando lo que ella más preciaba en esta vida, sus creencias. Este hecho la marcó de por vida, había sido forzada por su padre a negar la supremacía del Papa, el vicario de Dios, se le había exigido que negara su creencia más profunda.

Lo que pasó después es historia conocida, Enrique se cansó de Ana Bolena que no pudo darle hijos varones y la hizo decapitar a los tres años de haberse casado. En esta oportunidad Isabel acompañó a María en la lista de hijas bastardas y eliminadas de la línea sucesoria.
Enrique se casó una vez más y tuvo a su tan ansiado hijo varón, el futuro Eduardo VI. Recién, en su lecho de muerte, el Rey modificó su testamento y regresó a las princesas a la línea sucesoria, pero heredarían en el siguiente orden: Eduardo que llevó la corona cuando su padre Enrique murió, luego María y finalmente Isabel.

Eduardo (21 años menor que María) había sido educado ya en la nueva religión y durante su gobierno había decidido acercarse cada vez más al protestantismo, por tanto su gobierno fue una cárcel espiritual para María, que por el contrario era inflexiblemente católica. En una oportunidad fue llamada a declarar frente al mismo Eduardo porque se había filtrado información de que en su residencia se llevaba a cabo la Santa misa, que estaba rotundamente prohibida por la nueva religión, pero que para María era lo más importante en esta vida. Ella se defendió valientemente frente al rey y frente a todos sus inquisidores, pero desde ese día la misa se convirtió en un secreto de estado que se llevaba a cabo bajo llave en alguna habitación del palacete donde vivía.
Eduardo VI había heredado a los 10 años y pero murió de tuberculosis 5 años más tarde sin hijos y no sin antes hacer la vista gorda del testamento de su padre y eliminar a María de la sucesión. Lady Jane Grey (que se hallaba dentro de la línea sucesoria por parte de una de las hermanas de Enrique VIII) fue coronada reina, pero sólo reinó durante nueve días, de hecho es conocida como "la reina de los nueve días". María, con ayuda de algunos nobles ingleses irrumpió en Londres reclamando su derecho a la corona. María era reina de Inglaterra.
Pero si la vida de María había estado teñida de reveces su reinado no sería diferente. La nueva reina heredó a los 37 años, edad en que se consideraba que una mujer era ya mayor y estéril. El abandono de su padre había dejado a María sin marido, sin hijos y la humillación que había sufrido al firmar la famosa Acta de Enrique había hecho crecer en ella un odio irrefrenable por la nueva religión.
Por eso cuando María fue reina lo primero que hizo fue regresar a su reino a la verdadera religión, al catolicismo de Roma, o por lo menos esa fue su intención. Pero las almas de los hombres no son tan fácilmente gobernables, como tampoco lo fue su alma, y los ingleses que ya habían aceptado la nueva religión no deseaban regresar a la vieja creencia. Cientos de personas fueron quemadas en las hogueras de la inquisición marista y es por esto que se la conoce como Bloody Mary.
Sin embargo, María tenía todavía un problema mayor, su descendencia. Tenía 37 años, no estaba casada y de morir sin hijos, la sucedería su hermana menor, Isabel la hija de Ana Bolena esa mujer que tanto sufrimiento le había provocado, todo esto sin mencionar que Isabel también había sido educada en la nueva religión. Maria simplemente no podía aceptarlo.
La nueva reina buscó marido y lo encontró, el prometido era Felipe Habsburgo, el hijo de Carlos V (con quien, si recordamos, María había estado comprometida de niña), futuro rey de España y que tenía 9 años menos que ella. Esta decisión no fue fácil para María, Felipe era un príncipe católico y como tal era muy poco bienvenido en Inglaterra. Tampoco fue fácil para Felipe que era mucho menor que ella, y que debía desposar a una mujer mayor, que había sido atractiva pero que ya no lo era. Pero el juego de alianzas era más importante que los deseos y el casamiento igualmente se llevó a cabo. María se enamoró perdidamente de Felipe, pero no fue correspondida. Si bien se sabe que Felipe siempre la trató cordialmente, nunca sintió deseos por ella y mucho menos la amó. Felipe, que estaba por heredar, estuvo sólo en dos oportunidades en Inglaterra y las dos veces Maria pensó que había quedado embarazada. Sin embargo María murió a los 42 años sola y sin herederos. En el lecho de muerte aceptó que Isabel fuera su heredera y le pidió que no les negase a los hombres la misa y el amor de la Virgen maría a lo que Isabel contestó que ella sólo haría lo que su conciencia le dictara, una manera muy educada de negarse a la petición de una moribunda.

María Tudor nació y creció como una típica princesa del siglo XVI, las casas reinantes de Europa la disputaron, era una mujer educada y graciosa, bella e inteligente. Su futuro era ser la reina de alguna de las potencias del continente, amada por su padre y su madre María había sido una niña feliz. Pero el egoísmo y despotismo de su padre se interpusieron en su camino. Desde el divorcio de Enrique la vida de María fue una constante de humillaciones, tristezas y enfermedades que condujeron su vida hacia un final casi patético, el hijo que ella pensaba que llevaba dentro suyo no era más que un tumor que hinchó su vientre y que finalmente le provocó la muerte.

AHORA YA LO SABES!

Lic. Diana Fubini

Bibliografía

- Whitelocke, Anna, Mary Tudor. England's first queen, Londres, Bloomsbury, 2009



jueves, 24 de noviembre de 2011

El Diluvio Universal y el Arca … ¿de Noé o de Ut-Napistín?

Durante la Edad Media y la Edad Moderna, en líneas generales, los relatos bíblicos no eran puestos en tela de juicio. Pero a partir de los siglos XVII y XVIII los movimientos filosóficos racionalistas y luego los positivistas, pusieron en consideración las ideas dogmáticas religiosas. Desde entonces, los arqueólogos han tratado de comprobar la veracidad de las historias narradas en la Biblia. En este post te invito a acompañar a los “verdaderos Indiana Jones” en sus excavaciones, para analizar si son leyendas: el Diluvio y el Arca de Noé.

El judaísmo y el cristianismo tuvieron su cuna en el área que se extiende desde el extremo occidental del “creciente Fértil” hasta la estepa sirio-arábiga. Por lo tanto, los hebreos tuvieron contacto tanto con los invasores amoritas, arameos, elamitas, coseos, etc., como con los grandes imperios mesopotámicos de Asia Menor: hititas, hurritas y egipcios, que como se ha demostrado, tenían una misma familia lingüística. También se demostró que en Babilonia (actual Irak) se hablaban 2 lenguas, el sumerio (utilizado por sacerdotes y juristas) y el semita. Es importante abordar las cuestiones lingüísticas cuando los mitos son analizados, ya que muchas veces, las leyendas son transferidas de una cultura a otra a partir del idioma.

En 1845 el explorador británico Austen Henry Layard, reubicó la ciudad de Nínive que había sido destruida en el 612 a.C., cerca de Mosul, Irak. Allí se descubrió la biblioteca del rey Asurbanipal, donde se encontró el poema del Gilgamesh cuyos fragmentos hablaban de un gran diluvio.

A medida que se descubrieron documentos escritos en tablillas de barro, los especialistas en escritura cuneiforme luego de analizar el origen de los signos, las relaciones lingüísticas y otros problemas análogos, arribaron a la conclusión de que se encontraban ante un idioma desconocido: mezcla de signos que correspondían a una escritura de letras, sílabas e imágenes, por lo que se especuló con que no podía ser babilónica, ni asiria, ni semita, sino de un pueblo probablemente no semita. La hipótesis era muy osada, sin embargo al avanzar las investigaciones, algunos estudiosos le dieron a ese pueblo el nombre de acadios y sumerios. Ambos calificativos eran tomados del título de los más remotos “reyes de Sumer y Acad”. Los historiadores tuvieron claros indicios de que la cultura babilónica había sido heredada de pueblos mucho más antiguos que los egipcios y los semitas.

Los hallazgos arqueológicos y las inscripciones en los fragmentos de las tabillas descubiertas, demostraban que esta civilización parecía unirse con el Génesis, al menos con los primeros hombres anteriores al diluvio. Esta hipótesis se confirmaba con el hallazgo de las “listas de reyes sumerios”: Así como la Biblia cita a 10 “primeros padres”, desde Adán hasta el Diluvio, los sumerios los llamaron “primeros reyes” igualmente en número de 10.

En 1872 George Smith, un aficionado en el campo de la arqueología y apasionado seguidor de la epopeya de Gilgamesh, (que estaba incompleta) partió a Kuyunki (Irak), para buscar en una montaña de escombros las placas de arcilla que faltaban para completar el relato. Smith regresó a Londres con 384 fragmentos de placas de arcilla, descifrando que Ut-napistin, había soñado que el dios Ea le advertía que los dioses impondrían un castigo a los hombres por lo que “todo cuanto tenía lo llevé conmigo; todo el fruto de mi vida lo cargué en el barco; familia y parientes todos: Animales del campo, animales de las praderas y artesanos de todos los oficios. A todos embarqué. Subí al barco y cerré la puerta…En el horizonte lejano se apelotonaba una nube negra… La claridad del día se convirtió de repente en noche: Ya no pude distinguir la tierra del cielo. Los dioses, llenos de terror ante las aguas, huían y se refugiaban en el cielo de Anu. Los dioses, se acurrucaban como perros junto a la pared y se quedaban quietos…Durante 6 días y 6 noches aumentaron la tempestad y las olas, el huracán bramaba sobre todo el país. [...] Al amanecer del séptimo día solté una paloma y la envié lejos, y como no hallaba sitio donde descansar, regresó. Envié una golondrina y la dejé volar; Voló, voló la golondrina y volvió también a mí, porque no hallaba un sitio donde descansar, por eso volvía. Solté luego un cuervo, le dejé volar, y él marchó volando. El cuervo vio que el nivel del agua descendía; Por eso come, vuela, grazna … y no regresa” ¿Te suena conocido?

A partir de 1921, el arqueólogo británico Sir Leonard Woolley, abrió una fosa en la colina de Sumer (actual Irak), que es casi como empieza toda investigación arqueológica, hasta una profundidad de 12 metros. En esta tierra los habitantes de Ur habían cavado las tumbas para sus monarcas, allí se encontraron joyas y recipientes de oro. Pero cuando alcanzó mayor profundidad en la excavación, halló una capa de arcilla completamente limpia que no presentaba la menor huella de restos de utensilios ni de basura; esta arcilla limpia y uniforme formaba una capa de casi dos metros y medio. Esto demostraba que el país de Sumer debió conocer una enorme inundación. Woolley se hallaba ante una conclusión trascendental: en concordancia con el relato bíblico y con la epopeya del Gilgamés, se confirmaba la autenticidad histórica de uno de los relatos más importantes de la humanidad: El Diluvio. Woolley, sirviéndose de la información de las tumbas de reyes sumerios “luego vino el diluvio y después del diluvio el rey descendió de nuevo del cielo” y de su descubrimiento, afirmó que esta civilización existió 4.000 años a.C.

Si bien este descubrimiento arqueológico evidenció que el Diluvio no era una leyenda, el desciframiento de la escritura cuneiforme del Gilgamesh confirmó lo que muchos se negaban a admitir: la narración de la Biblia no era la más antigua que existía sobre el Diluvio. Evidentemente, los hebreos tuvieron contacto con el mito de Gilgamesh, ya que los escritores del Antiguo Testamento “copiaron” el relato con pocas diferencias, convirtiendo a Ut-napistin en el bíblico Noé.

El frío y deshabitado Monte de Ararat, situado en la frontera entre Turquía y Armenia, parece guardar el secreto del Arca de Noé. Su denominación armenia es Hayastan, que quiere decir tierra de los hijos de Hayat, justamente, el nombre de uno de los hijos de Noé. En este inhóspito lugar, en 1949, un aldeano turco declaró haber visto el Arca de Noé y desde entonces algunas expediciones intentaron llegar hasta allí. Pero la búsqueda de esta reliquia se hace difícil, sea por las condiciones climáticas (el frío extremo) o porque hasta no hace mucho era una zona militar reservada, donde operaba la guerrilla kurda. Las imágenes satelitales del Monte de Ararat hacen sospechar que podría tratarse del Arca, pero ¿de Noé o de Ut-napistín? El día que costosísimas excavaciones se puedan llevar a cabo, esta enigmática incógnita quedará resuelta.

Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano

Referencias:
Ceram, C.W., Dioses, Tumbas y Sabios, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1993

Puech, Henri Charles Puech [Dir] Historia de las Religiones. Religiones Antiguas II, España, Siglo XXI, 2002

http://www.abc.es/20100428/cultura-cultura/hallan-arca-monte-ararat-20100428.html

jueves, 17 de noviembre de 2011

EN EL VALLE DE LAS LÁGRIMAS

Después de escuchar atentamente la radio durante unos minutos Gustavo Nicolich le dijo a Carlitos Páez que tenía una buena noticia para darle, la búsqueda había finalizado. Las misiones de rescate para hallar a los posibles sobrevivientes de la catástrofe se habían dado por concluidas. Los pasajeros del Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya habían sido dados por muertos. Carlos Páez tuvo ganas de golpear a Nicolich, no entendía cómo podía ser esa una buena noticia. Su amigo respondió que entonces desde ese momento dependía sólo de ellos mismos salir de las montañas y volver a la civilización.
Habían pasado diez días desde que el 12 de octubre de 1972 un grupo de jóvenes que conformaban un equipo de rugby junto con otros pasajeros entre ellos familiares (45 personas en total) habían partido en un charter desde la ciudad de Montevideo hacia Santiago de Chile donde se llevaría a cabo un partido de rugby.
Ese mismo día el viaje había sido interrumpido y habían aterrizado en la ciudad argentina de Mendoza porque las condiciones climáticas hacían imposible el cruce de los Andes. Sin embargo el 13 de octubre el grupo de 45 personas reanudó el viaje hacia Chile.
Muy por el contrario a lo que este grupo de jóvenes, que fantaseaban con pasar cuatro días primaverales en una ciudad nueva y llena de atractivos, el viaje resultó ser una catástrofe de resultados hasta ese momento inimaginables.
Por motivos de navegación, cosa que se sabría tiempo después, el avión cayó en medio de las nieves eternas de la Cordillera de los Andes. Primero golpeó la panza del avión contra una masa de piedra y con ella se desprendieron las alas y la cola llevándose consigo la vida de muchos de los pasajeros. La parte delantera del avión siguió su recorrido en línea recta como un bólido que finalmente se deslizó a gran velocidad como un trineo por un valle nevado hasta que colisionó contra un montículo de nieve desatando el caos.
En ese mismísimo momento daban inicio 45 historias, historias de muerte, de desesperación, de confusión pero también historias de vida, de valentía y de esperanza.
Inmediatamente después del accidente algunos de los sobrevivientes que habían iniciado los estudios de medicina tomaron el rol de médicos y se ocuparon de las primeras curaciones de los heridos. De los 45 pasajeros originales habían sobrevivido 29. El caos invadía la escena. Algunos habían salidos del fuselaje y fumaban bajo la nevisca, otros retiraban a los muertos y los posaban sobre la nieve, los “médicos” curaban todo tipo de heridas, físicas y emocionales, otros organizaban el interior del fuselaje.
La primera noche, y de esto han hablado todos los sobrevivientes, fue desesperante. Vestidos con ropas que habían sido pensadas para tardes de fiesta en un clima primaveral, los 29 pasajeros tuvieron que soportar temperaturas de 30 grados bajo cero, hacinados en un espacio mínimo, con gritos de dolor como música de fondo de aquellos que habían resultado gravemente heridos.
Los primeros días fueron de espera, espera del rescate que iba a llegar. La poca comida que tenían se racionaba militarmente entre los 29, un trago de vino y un pedacito de chocolate o alguna otra conserva que había sido hallada en alguna valija. Diez días pasaron así, sujetos a una racionalización metódica para no desfallecer.
Sin embargo al décimo día del accidente, la noticia más temida llegó a oídos de los sobrevivientes a través de una de las radios que habían logrado reparar. La búsqueda había finalizado, ellos estaban muertos para la civilización. ¿Qué quedaba por hacer entonces? Vivir. Salir de allí por sus propios medios.
El problema capital por ese momento era la comida. Alimentarse de chocolate era obviamente insuficiente y habían pasado ya diez días. De hecho el libro que escribió muchos años después uno de los sobrevivientes, Carlos Páez, lleva como título “Después del día diez”, el día que supieron que estaban solos en el mundo.
La idea de alimentarse de la carne humana de los muertos, según cuentan los sobrevivientes, había ya pasado por la mente de muchos. Era la solución obvia. En medio de un paisaje tan extremo, donde no había absolutamente nada de que alimentarse, no existía otra salida para seguir con vida. Era comer o morir. La noticia de que habían sido dados por muertos fue el puntapié para tomar la decisión. Uno de los sobrevivientes había comentado que antes de morir de hambre se comería al piloto, ya saben, por provocar el desastre. Esto había quedado en la mente de Carlos Páez, que se lo comentó a otro de los sobrevivientes quien le confesó que ya lo había pensado. La decisión se tomó rápidamente, aunque no sin algunas discusiones y cuestionamientos morales. Pero finalmente, como han dicho los sobrevivientes, era la única salida posible, de lo contrario los esperaba una muerte lenta y solitaria en la montaña.
Durante los siguientes 62 días que permanecieron en la montaña, los jóvenes uruguayos se alimentaron del cuerpo de sus compañeros fallecidos. Primero fueron algunas tiras de carne cortadas meticulosamente por los llamados médicos, y con el tiempo, fue tarea de todos proveer el alimento, cosa que se volvió algo absolutamente normal. Los sobrevivientes habían creado una nueva civilización donde el agua derretida de nieve y la carne humana eran los alimentos por excelencia, o mejor dicho, los únicos.
Sin embargo, si el accidente, la muerte de amigos y familiares, el hambre y la antropofagia no habían sido suficiente, el 29 de octubre una nueva tragedia azotó a estos jóvenes. Una avalancha cayó sobre el fuselaje del avión provocando una vez más el caos. La nieve tapó absolutamente todo y a todos. En medio de una oscuridad absoluta los que habían quedado menos enterrados comenzaron a excavar frenéticamente para salvar a aquellos que seguían bajo la helada nieve. Cuando Carlos Páez rememora la escena sobre la avalancha que fue filmada años después en la película Viven (Alive), recuerda haberle dicho al director que ellos no habían tenido luz alguna durante el desastre, pero el director le respondió que necesitaba por lo menos una mínima iluminación para poder filmar. Imaginemos entonces la obscuridad penetrante que habrá invadido ese momento de total desesperación. Siete compañeros murieron ese día y quienes sobrevivieron tuvieron que permanecer dentro del fuselaje, cubiertos de nieve y tiritando de frío, enterrados por más de un alud, sin ver la luz del sol, sin aire del exterior y alimentándose de sus amigos recientemente muertos en un espacio que si era pequeño antes, ahora era directamente claustrofóbico. Difícilmente, creo yo, podamos siquiera imaginar una situación semejante.
Los días pasaron y finalmente lograron salir del fuselaje y con mucho trabajo y esfuerzo quitaron la nieve del interior, a sus amigos fallecidos y volvió todo un poco a la normalidad, a la normalidad a la que se habían acostumbrado allí arriba en al montaña.
Era sin embargo imperioso moverse, hacer algo para salir de allí… ¿Cuánto tiempo más podía un hombre vivir en estas condiciones?
Salieron algunas expediciones en búsqueda de la cola del avión donde estaban las baterías de la radio, pero no hubo suerte, la radio no funcionó, y los expedicionarios llegaban débiles y mentalmente enfermos de cada una de las expediciones.  
Dos meses habían pasado en la montaña. Muchos amigos habían muerto producto de la avalancha, infecciones imposibles de curar y de a poco comenzarían a morir por el sólo hecho de vivir en condiciones infrahumanas. Uno de los sobrevivientes, Fernando “Nando” Parrado, había estado en coma los primeros tres días después del accidente y había perdido a su madre y a su hermana en el mismo. Nando Parrado estaba determinado a volver, de la manera que fuera, para decirle a su padre que no todo estaba perdido, que él estaba vivo. Valiéndose de la información que les había dado el piloto antes de morir, de que estaban del lado Chileno, Parrado decidió realizar la última expedición, caminar hacia el Oeste hasta los verdes valles de Chile y buscar ayuda. Antonio Vizintín y Roberto Canessa serían sus compañeros de travesía, que en ese momento eran los más fuertes físicamente.
A 62 días del accidente los tres expedicionarios se despidieron de sus compañeros y emprendieron el viaje. Luego de tres días de caminata llegaron a la primera cumbre y la sorpresa fue inesperada. No había valles, ni vegetación ni lagos ni nada. Sólo había más montañas. Parrado le dijo a Canessa que seguiría y que si debía morir lo haría caminando. Canessa y Parrado decidieron mandar de vuelta a Vizintín para utilizar su parte extra de comida. Vizintín tardó sólo 3 horas en desandar el camino que habían hecho en 3 días. En esas condiciones Canessa y Parrado continuaron la travesía, con ropas inadecuadas, con poca comida y con toda la cordillera por delante pues el piloto estaba equivocado, el avión había caído del lado argentino.
Diez días después de la partida de los expedicionarios, la radio dio la noticia que tanto esperaban quienes habían permanecido en la montaña. Dos sobrevivientes uruguayos habían sido hallado en los valles de Chile. Al día siguiente el sonido ensordecedor y milagroso de los helicópteros se oía a través de la inmensidad de los picos nevados. El tan ansiado rescate había llegado. Parrado y Canessa habían caminado durante diez días y habían logrado lo impensable.
16 fueron los sobrevivientes que hoy, cuarenta años después, cuentan su historia como un relato de supervivencia y de trabajo en equipo. Es realmente un placer escucharlos hablar. Personalmente tuve el agrado de hablar telefónicamente hace ya más de 7 años con Carlos Páez quien tuvo la amabilidad de relatarme algunas cosas y de regalarme su libro, y realmente se lo agradezco.

Dedicado a los sobrevivientes a quienes admiro y a todos aquellos que murieron en la montaña.

Lic. Diana Fubini

AHORA YA LO SABES!

Bibliografía
Carlos, Páez, Después del día diez, Montevideo, Librería Linardi y Risso, 2003
Parrado, Nando, Milagro de los Andes, Barcelona, Editorial Planeta, 2006
Vierci, Pablo, La sociedad de la nieve, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008

jueves, 10 de noviembre de 2011

Entre bambalinas y candilejas coloniales

En la América colonial, el teatro fue introducido por religiosos misioneros para difundir las doctrinas católicas, los aborígenes interpretaban piezas sagradas escritas en su lengua bajo la guía de los eclesiásticos. La representación sacramental más antigua que se conoce fue interpretada en 1533 por los naturales de Tlaxcala, dirigidos por los franciscanos del Virreinato de México. Como estas obras eran realizadas dentro de los templos, a fines del siglo XVI, las autoridades virreinales erigieron teatros en las principales ciudades hispanoamericanas. En el Río de la Plata las representaciones teatrales se realizaban en recintos inapropiados, ya que recién en el siglo XIX poseyó un teatro. En este post te invito a dar una mirada al mundo artístico colonial de nuestra patria:

Las actrices recién hacia 1587 accedieron a los escenarios, pero sólo aquellas casadas cuyos maridos fueran parte de la farándula, siendo hasta entonces interpretados los papeles femeninos por jóvenes vestidos de mujer. Siempre asistían eclesiásticos y un Oidor del real Tribunal a las representaciones, para evitar “cuantos defectos pueden corromper la juventud y servir de escándalo al pueblo, que se revisen antes las comedias y se quite de ellas toda expresión inhonesta o cualquier pasaje que pueda mirarse con este aspecto”. Al igual que en España las obras de teatro eran censuradas.

El espectáculo lo difundía un joven de la trouppe que recorría calles y plazas gritando al son de un tambor. Las compañías de cómicos ambulantes atravesaban nuestro país en pintorescas caravanas, anunciando su presencia con instrumentos musicales. Estas compañías, se instalaban en los patios traseros de las casas y de las posadas, donde el público se disponía a cielo abierto en las galerías altas y bajas, convirtiéndose en plateas preferenciales las ventanas que daban a los patios. Se colocaba a modo de escenario un tablado, sin telón, y como única decoración una cortina o un tapiz de fondo. Al terminar la función, los artistas pasaban un guante o un pañuelo pidiendo una moneda como recompensa por su actuación. Como frecuentemente surgían peleas entre los espectadores, que a golpazo limpio y entre los quejidos de las mujeres y los niños, abandonaban la función para continuar la riña afuera, la justicia prohibió que las representaciones teatrales se realizaran en estos patios. Entonces se empezaron a utilizar los corrales y los terrenos baldíos para instalar los entarimados, donde las mujeres asistían separadas de los hombres. El espectáculo que se suspendía en caso de lluvia, duraba dos horas y media, comenzaba a las cuatro de la tarde en verano y a las tres en invierno.

Los escándalos también eran habituales en las representaciones teatrales, como el que tuvo lugar el 14 de diciembre de 1733 en Catamarca, donde un actor hacía el papel de maestro y otro llamado Juan Castillo, hacía de madre que llevaba en brazos a “su hijo” que era un chivo de verdad. “El maestro se dirige a la madre y pregunta: que inclinación tiene el niño? Dígame señora, a qué le ha de dedicar: a sacerdote, a Alcalde o a Regidor?. La madre contesta “No lo quiero para otra cosa, sino para Teniente, no le ve tan lindas barbas y rostro, que es propio para teniente?”, haciendo en ese momento balar al chivo. Asistía a la función el Teniente de gobernador, justicia mayor y capitán de guerra, maestre de campo don Juan de Sosa, quien poseía tupidas barbas, que, como tuvo que soportar la carcajada y las burlas del auditorio, puso preso a Castillo por “pronunciar palabras ofensivas hacia la primera autoridad”. En Buenos Aires también se abrió un expediente por una gresca protagonizada por un tal Francisco López, que asistió a una función de teatro con su mujer. La pareja dejó  atado su caballo en la puerta como el resto del público, cuando a un gracioso se le ocurrió unir las colas de los animales. Al finalizar el espectáculo, estaba la mujer montada para partir, cuando comenzó la tirada de cohetes espantando a los equinos que trataban de desunir sus colas al galope. La señora quedó tendida con las faldas levantadas exhibiendo sus prendas íntimas, y ante las carcajadas de la gente, el marido montó en cólera contra los espectadores, pero este hecho quedó impune porque el chistoso nunca fue localizado.

En 1747, para los festejos de la proclamación de Fernando VI, se representaron en Buenos Aires “La vida es sueño” y “Las armas de la hermosura”, de Calderón de la Barca, haciendo de actores en esa ocasión, los soldados de la guarnición del fuerte de San Baltasar de Austria. Hacia 1789, Buenos Aires ya contaba con el Teatro de la Ranchería, conocido como Casa de Comedias, ubicado en las actuales Alsina y Perú, donde estaba el Mercado del Centro. La construcción del teatro se le encomendó al empresario Francisco de Velarde, para “representación de Comedias dispuestas a beneficio de los Niños Expósitos”. Era como un galpón amplio con bastidores, telones, vestuario y cubierto de techos de paja, con bancos de madera y largas filas de palcos, según refiere el propio Velarde. La entrada costaba 2 reales para los blancos y 1 para “los que no lo eran”. Desafortunadamente, el 16 de agosto de 1792 el teatro se incendió debido a un cohete que partió desde la iglesia de San Juan Bautista.

Hacia 1804 se inauguró el segundo teatro de la colonia, que se conocería como Teatro Argentino, emplazado en las actuales Reconquista y Perón, frente al convento de la Merced, a pesar de las protestas del mercedario fray Basilio Cruz, porque se autorizó una casa de comedias frente a “otra de recogimiento y religiosidad”. También las autoridades de la Ciudad se molestaron al sentirse desairadas porque los actores saludaban más veces al “Señor Virrey, después al Señor Oydor Juez del Teatro” y dejaron para el final a los señores Alcaldes. Según la certificación del escribano Inocencio Antonio Agrelo del 18 de octubre de 1804, “en la noche del día dos del corriente se adornaron con colgaduras de damasco los Palcos del Señor Virrey y del Señor Juez de Teatro, sin haberse puesto igual adorno ni otro alguno en el Palco de la Ciudad”. Estas quejas presentadas al Cabildo, fueron dirimidas por Real Cédula expedida en Madrid el 12 de junio de 1805.

La noche del 24 de junio de 1806, el Virrey Sobremonte y su familia se encontraban en el teatro, disfrutando de “El sí de las niñas” de Moratín, cuando un mensajero le entregó un pliego urgente por el que el Capitán de Navío Santiago de Liniers, le advertía que buques de guerra británicos: 6 corbetas, 2 bergantines y 1 fragata de 32 cañones se acercaban a la rada de Buenos Aires. Las invasiones inglesas habían comenzado, pero esta es otra historia.

Ahora ya lo sabés!

Lic. Alicia Di Gaetano

Bibliografía:
Rípodas Ardanaz, Daisy, “La vida urbana en su faz pública” en Nueva historia de la Nación Argentina, Período español (1600­ 1810), Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 1999, Tomo III
Torre Revello, José, Crónicas del Buenos Aires colonial, Buenos Aires, Taurus, 2004

jueves, 3 de noviembre de 2011

DE NEGROS, GRINGOS Y COMPADRES. EL TANGO

En esas casonas de Buenos Aires donde vivían los descastados, los negros, los inmigrantes y los compadres, en los patios del conventillo se gestó la música de Buenos Aires, el tango.

Ya a fines del siglo XVIII la música de los negros se había incorporado a las celebraciones de la Iglesia Católica. Las procesiones avanzaban al ritmo del candombe y toda la población disfrutaba de los bailes al ritmo de la percusión de sus tambores.
Luego de la Independencia en 1810 los negros lograron su libertad gracias al decreto de igualdad que había sancionado la Asamblea General Constituyente y ya durante los tiempos de la Confederación desde la década del ’20, los negros tenían derechos ciudadanos y la población blanca los aceptaba con bondad. Los carnavales por estas épocas eran verdaderas fiestas patrióticas y no era raro ver a Don Juan Manuel de Rosas junto a su hija Manuelita con los jefes negros del carnaval disfrutando de los ritmos morenos, de los tambores que hacían temblar Buenos Aires. Estos negros vivían en grupos que llevaban los nombres de sus lugares de origen como por ejemplo Bengular, Angolas y Congos, entre otros. Estos barrios eran los llamados “barrios del tambor” y se hallaban en Montserrat, Santa Lucía y San Telmo mayormente.
Cuando en 1852 la Confederación fue derrotada y Rosas se exilió en Inglaterra los negros se vieron huérfanos de su protector y se recluyeron en los conventillos donde compartieron el día a día con otras gentes que llegaban poco a poco a la ciudad.
El nuevo gobierno, los que serían luego conocidos como la Generación del ’80, se dispuso a recibir a hombres de otras nacionalidades que quisieran poblar nuestro país. Claro que el plan inicial no era el que terminó siendo. Los inmigrantes que llegaron al país no eran aquellos que los liberales habían esperado. Comenzaron a llegar masivamente al país hombres de todas las nacionalidades, pero sobre todo europeos de los estratos sociales más bajos que huían de sus países buscando un mejor porvenir. Para 1880 más de la mitad de la población era extranjera. La cantidad de gente nueva que llegaba debía vivir en algún lugar, y la vivienda se convirtió en un grave problema. Y para los gobernantes y la población autóctona del país, los inmigrantes pasaron a ser también un problema. Poco a poco el europeo se vio discriminado, y terminó viviendo en los mismos conventillos donde habitaban los últimos negros de la Confederación. Allí se encontraron también con los compadres, que eran en general ex combatientes, ex servidores de la Confederación y gauchos pobres del campo que habían venido a la ciudad en busca de trabajo. Poco a poco “las clases dominantes encerraron a los negros, gringos y compadres en la misma jaula.
Allí en las grandes casonas de Buenos Aires convivían estas gentes tan diferentes que traían consigo sus historias de vida,  sus costumbres y sobretodo sus músicas. Cuando llegaban las fiestas en los patios de los conventillos, los barrios temblaban al ritmo de los tambores negros y se tomaban un descanso con las melodías de las milongas de los compadres.
Con el tiempo llegaron las nuevas generaciones que mamando milonga pero también tambor africano le dieron a la música gaucha un nuevo ritmo, más acelerado, cercano al candombe.
Llegó con el tiempo a Buenos Aires la música de las habaneras cubanas. Estas se habían desarrollado a principios del siglo XIX en Cuba y a través de España habían llegado a Buenos Aires. La habanera arrasó con la música porteña y se fusionó con la milonga. El baile de los “milongueros” era realmente un espectáculo. Siguiendo el compás y tomando a su compañera por la cintura el bailarín se movía de un lado al otro hasta que en un momento se frenaba de pronto, improvisando, para luego seguir al ritmo de la música. Nació así el famoso “corte” porque “tal demostración de habilidad cortaba la marcha de la pareja”. El baile de “corte y quebrada” era todo un arte de la improvisación.
La nueva coreografía llevó a los músicos a adaptar el ritmo a ese nuevo y original baile. Así entre corte y quebrada se fue creando y formando el tango. “El tango-danza se originó como una forma particular de bailar la habanera que empleaban los jóvenes negros, blancos o mulatos, oriundos de los barrios del tambor.” Con el pasar de los años los europeos imprimieron también su huella en la música de Buenos Aires. El gringo desplazó al negro del ámbito musical y le dio al tango “un ritmo más lento y nostálgico” que aun hoy se mantiene.

Se ha dicho siempre que el tango fue obra de prostitutas y malvivientes, pero nada más alejado de la realidad. Sin embargo existe una explicación para esto. El tango, su música y su danza, no tenían lugar ni en las academias ni en los salones de baile de la alta sociedad. Por eso fueron los burdeles los primeros que abrieron sus puertas a esta nueva música. Los pobladores de los barrios del tambor frecuentaban los burdeles, bares y piringundines de la ciudad y a estos lugares fue a parar el tango y allí fue donde terminó de adoptar su particularidad.
A estos lugares iban también los niños bien de la alta sociedad que enfatuados por el alcohol y otras drogas se perdían en los amores pagos de las trabajadoras de los burdeles. Fue allí donde estos niños escucharon el tango por primera vez, lo cantaron y lo bailaron. Fueron ellos quienes contaron que el tango había nacido en los burdeles y que éste era cosa de putas.

Sin embargo podemos decir que el tango, lejos de ser un producto de burdel, fue la conjunción de la percusión y el candombe de los negros, de la milonga lastimera del gaucho y de la habanera cubana. Pero sobre todo fue producto del sentir de la desolación de los negros, del abandono de los compadres de la Confederación y de la frustración de los gringos que habían visto sus sueños morir en el patio de un conventillo.

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Lic. Diana Fubini

Bibliografía
Labraña, Luis y Ana Sebastián, Tango. Una historia, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2000